Sala de entrenamiento

Para cualquier legionario romano que se encontrara marchando por alguna tierra extranjera, el descanso del día no se producía cuando el comandante decidía que la marcha había durado demasiado. Independientemente de la distancia recorrida, cuando los legionarios alcanzaban su destino, tenían que ponerse manos a la obra y construir un castrum o campamento.

Como era de esperar, los campamentos de marcha romanos no eran precisamente sencillos de crear. Primero elegían un lugar adecuado y lo medían para crear una zona cerrada de 3.600 metros cuadrados. Luego excavaban un foso alrededor del perímetro y construían una muralla de arena con una barricada de estacas de madera en la parte superior. Los espacios para cada manípulo o cohorte se asignaban según un plan estándar. Todo esto se llevaba a cabo en menos de dos horas y el campamento se convertía en una buena fortificación sobre la marcha.

Todo este trabajo requería práctica, muchísima práctica, como los centuriones debieron de hacer saber a golpe de vara de vid a los legionarios más holgazanes.