Roma (César en la Galia)

Aunque la victoria total sobre Cartago, en el conflicto iniciado entre los años 149 y 148 a. C., ha asegurado la hegemonía de Roma, esta se encuentra debilitada por los conflictos en la península itálica. La invasión de Aníbal dejó una profunda herida difícil de olvidar, reavivada por las constantes amenazas de las cercanas tribus celtas y germanas. A pesar de que Cayo Mario consiguió frenar las migraciones de cimbros y teutones, entre los años 113 y 101 a. C., las legiones han sufrido duras derrotas en el proceso de estabilización de la Galia. Y, por si fuera poco, Roma está sufriendo problemas internos una vez más. Las guerras sociales, las guerras civiles de Sila y Mario y la tercera guerra servil, liderada por Espartaco, han servido para recordarle al pueblo romano lo frágil que es la paz en su "propio suelo".

En este contexto se halla Roma cuando Julio César inicia la conquista de la Galia, tras haber sido nombrado procónsul de la Galia Cisalpina e Ilírico con ayuda de Pompeyo y Craso. Los tres aliados consiguieron afianzar tanto su poder político durante la década precedente, que sus oponentes políticos los conocen como "el monstruo de tres cabezas".

Tras la aplastante derrota de los eduos, que contaban con el apoyo de Roma, frente a una coalición de tribus germanas y celtas, el destino de la Galia vuelve a pender de un hilo. La migración de lo helvecios, encajonados y presionados por los suevos, al otro lado del Rin, es la oportunidad que César necesita para lograr no solo victorias militares, sino también mayor poder político.