Durante siglos, los templos tuvieron absoluta libertad para mejorar sus dominios y acumular riqueza, pues el gobierno solo les reclamaba su apoyo espiritual. No obstante, los gobernantes empezaron a darse cuenta de que estos lugares religiosos y sus crecientes dominios podían dejar de ser solamente lugares para el aprendizaje y la veneración de los dioses y proveerles de una ingente cantidad de ingresos. El gobierno persa, por ejemplo, puso administradores dentro de los templos de Mesopotamia para asegurarse de obtener los deseados impuestos.
