El faraón de Egipto era a la vez cabeza del gobierno y del estado y, también, el sumo sacerdote y supervisor de todo culto. La corte real era el centro administrativo de Egipto y, solamente cuando el país experimentó un rápido crecimiento, esta estructura tuvo que ser cambiada. Se abrieron posiciones gubernamentales y títulos para personas ajenas a la familia real, pues la llegada de la documentación y la burocracia permitió la creación de administraciones locales y se entregó la jurisdicción de las comunidades a toda una serie de administradores y consejos locales, lo que demostró ser de gran utilidad a la hora de administrar el censo anual y dio un gran impulso a la economía egipcia como resultado.
