Octeres de asalto, Infantería egipcia
Coste de reclutamiento | 1,450 | |
Coste de mantenimiento | 290 | |
Salud de los barcos | 2,051 | |
Velocidad de barcos | 4 | |
At. cuerpo a cuerpo | 14 | |
Daño de armas | 24 | |
Def. cuerpo a cuerpo | 39 | |
Armadura | 55 | |
Salud | 45 |
Habilidades
Puntos fuertes y débiles
- Resistencia del casco insuperable
- Muchísima tripulación
- Muy poca velocidad
- Embestida potente
- Abordaje agresivo
- Ataque normal
- Débil en defensa
- Inflige daños medios pero posee una escasa perforación de armaduras
- Escasa moral
Descripción
En el Mediterráneo se produjo una carrera entre varias naciones por construir buques de guerra de gran tamaño. El tamaño —que se medía por el número de remeros, la longitud del barco y su volumen— y, sobre todo, la majestuosidad de la nave, las convirtieron en un instrumento para demostrar tanto la capacidad de un gobierno como su potencial bélico. Un pueblo que podía costearse tales barcos era sin duda tan rico que podía sufragar el coste de cualquier guerra. El cuadrirreme era un buque de guerra muy práctico, capaz de maniobrar en combate. No se podía decir lo mismo de los enormes polirremes o "barcos con muchos remeros". La arqueología práctica muestra que el uso de muchas filas de remos es algo que no funciona, así que el polirreme quizás se refería más al número de remeros en la nave: un septirreme solía tener unos siete remeros por cada fila de tres remos, colocados con una disposición de 3, 3 y 2 por remo subiendo desde la línea de flotación. El rey Demetrio I de Macedonia lideró sus flotas en la batalla de Salamina, en el 306 a. C., desde la cubierta de un heptere o septirreme, pero sus ambiciones no acabaron ahí. Tampoco las de otros reinos y los barcos de guerra pesados posteriores llegaron a contar con once, trece y más remeros por fila. Al igual que los barcos más grandes podían llevar más remeros, estos también podían llevar grandes contingentes marinos, torres de arqueros y una gran variedad de útil artillería.
Las tropas nativas reforzaban a las falanges griegas del Egipto ptolemaico. Estos valientes y orgullosos guerreros realizaban distintos cometidos para sus señores egipcios, pero se les usaba más comúnmente como peltastas, protegiendo a los escaramuzadores, en los flancos de las falanges o realizando escaramuzas en terrenos difíciles. Aunque los ptolomeos adoptaron las costumbres de los faraones y su infraestructura religiosa, el descontento entre la población nativa continuó siendo una constante en todo Egipto. Esto se debía, en parte, a que los señores griegos usaban las tradiciones de los faraones para llenar sus arcas a costa del pueblo común. El núcleo de los ejércitos ptolemaicos siempre estuvo formado por griegos, hasta la batalla de Rafia, en el 217 a. C., cuando se enfrentaron a un ejército seléucida tan grande que Ptolomeo IV se vio obligado a congregar a treinta mil egipcios nativos por primera vez. La necesidad se impuso sobre la desconfianza hacia los desilusionados nativos. Su actuación en la batalla finalmente hizo que se incrementara la proporción de tropas nativas en el ejército egipcio, lo que derivó en una mayor diversidad de funciones para los hombres que se habían ganado la confianza de sus comandantes griegos.