Hexarreme de asalto, Espadachines itálicos
Coste de reclutamiento | 980 | |
Coste de mantenimiento | 196 | |
Salud de los barcos | 1,206 | |
Velocidad de barcos | 4 | |
At. cuerpo a cuerpo | 34 | |
Daño de armas | 35 | |
Def. cuerpo a cuerpo | 45 | |
Armadura | 60 | |
Salud | 50 |
Habilidades
Puntos fuertes y débiles
- Gran resistencia del casco
- Tripulación pesada
- Poca velocidad
- Embestida potente
- Muy buen abordaje
- Buena capacidad de ataque
- Capacidad de defensa normal
- Inflige daños medios pero posee una escasa perforación de armaduras
- Moral normal
Descripción
Con el paso de los siglos, las tácticas navales y las necesidades cambiaron a lo largo del Mediterráneo. La tendencia fue la de tener barcos más grandes, en parte como expresión de poder nacional o dinástico. Los gobernantes ptolemaicos de Egipto tenían especial predilección por los barcos grandes que usaban como prueba fehaciente para mostrar su riqueza e influencia. Estos polirremes —término que significa "muchos remos"— no eran aptos para realizar embestidas durante el combate. En la práctica muchos de ellos no tenían más remos que los barcos más pequeños, lo que sí tenían eran más remeros por remo que estos. El hexarreme romano o el hexere griego tenían dos filas de remos con tres remeros por remo. Esto era una versión de dimensiones extremadamente grandes de un barco más pequeño. Aun así, debido a su construcción extremadamente pesada y fuerte, se movían muy lentamente y les era imposible girar rápidamente, lo que era necesario para aprovechar los errores enemigos. A cambio, estos grandes barcos le sacaban partido a sus anchas cubiertas y a su gran capacidad de transporte y se convirtieron en plataformas de combate para la infantería y la artillería. El abordaje o el bombardeo a larga distancia eran los métodos ideales para derrotar al enemigo. La guerra naval había vuelto a su punto de origen en lo referente a métodos de combate, aunque ahora los barcos eran de un tamaño mucho mayor.
Antes de dominar la península itálica al completo, Roma la compartía con otras culturas, como etruscos o samnitas. Tan pequeños reinos, ciudades y tribus con frecuencia se enfrentaron entre sí, pero también se unieron contra amenazas comunes externas. Fue con el declinar etrusco y la cada vez menor influencia griega cuando Roma empezó a adquirir territorios y poder de manera constante. Al finalizar las tres guerras contra los samnitas, fue cuando Roma se alzó como la potencia dominante de la península itálica, exigiendo juramentos de lealtad y apoyo militar a sus socii latini, o aliados latinos. No obstante, se produjeron otras rebeliones contra su autoridad, entre las que destaca la guerra social, entre los años 90 y 88 a. C., en la que muchos de estos socii se volvieron contra Roma. Aunque esto puso un temporal freno a la expansión romana, los términos del posterior tratado de paz fueron sorprendentemente generosos, pues se daba a los socii el derecho de convertirse en ciudadanos romanos de pleno derecho, con lo cual Roma consiguió unificar toda la península itálica bajo su poder y, por consiguiente, asegurar su supervivencia por el bien de todos.
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