Antes de Aníbal, Roma jamás se había medido contra un adversario tan decidido a destruirla. Las enormes movilizaciones que este enfrentamiento produjo no tenían precedentes históricos. La caída de Sagunto y el posterior cruce del Ebro tuvieron un efecto enorme sobre los romanos, quienes iniciaron inmediatamente los preparativos para la guerra, reclutando legiones adicionales y reforzando su armada. También enviaron tropas para la defensa de Sicilia, donde creían los romanos que los cartagineses intentarían atacar, pues allí se habían librado las principales batallas de la primera guerra contra Cartago. Esta maniobra también les permitió atacar la misma Cartago. Roma creó más legiones que envió para vigilar el progreso de Aníbal en Iberia. Al llegar hasta sus aliados de Massilia, cerca del Ródano, comprobaron, no sin estupor, que el cartaginés ya había conseguido entrar en la Galia. Sin haber conseguido dar con el ejército de Aníbal, que había puesto rumbo al norte, hacia los pies de los Alpes—, el grueso del ejército romano prosiguió hacia Iberia con la esperanza de socavar la presencia de los Bárcidas en la península.
