En el año 420 a. C., los griegos llevaron a cabo su primer intento de introducir una moneda estandarizada. Aunque los romanos tardaron más en adoptar su uso, pronto vieron la necesidad de asumir una moneda fija, llegando a acuñar la suya para que valiera el equivalente de la cantidad de plata y oro que contenían. Por desgracia, esto contribuyó a la depreciación gradual de la moneda, pues los estados más corruptos empezaron a acuñar su propia moneda con aleaciones que mantuvieran el mismo peso, mientras que el oro y plata sobrantes se usaban para acuñar más monedas de menor valor.
