Si bien las batallas solían librarse en vastos espacios abiertos, había excepciones que un astuto estratega podía usar en su propio provecho. El terreno constituía en sí una eficaz forma de defensa: las zonas elevadas, los bosques y otras zonas con vegetación se usaban para proteger la retaguardia y los flancos de un ejército, especialmente al enfrentarse a un adversario que, dotado de una buena caballería, tuviera gran movilidad. Estos elementos también podían ofrecer refugio frente a emboscadas, por lo que conocer bien el terreno pasó a ser una clave esencial para el éxito en el caso de germanos y galos, quienes usaban tácticas de guerrilla para contrarrestar la alta organización del ejército romano.
