Nave de saqueo mediana de asalto, Espadachines íberos
Coste de reclutamiento | 520 | |
Coste de mantenimiento | 104 | |
Salud de los barcos | 1,067 | |
Velocidad de barcos | 3 | |
At. cuerpo a cuerpo | 35 | |
Daño de armas | 35 | |
Def. cuerpo a cuerpo | 60 | |
Armadura | 15 | |
Salud | 50 |
Habilidades
Puntos fuertes y débiles
- Buena resistencia del casco
- Tripulación normal
- Gran velocidad
- Embestida débil
- Buen abordaje
- Ataque normal
- Débil en defensa
- Inflige daños medios pero posee una escasa perforación de armaduras
- Escasa moral
Descripción
La mayoría de las tribus del norte de Europa no eran potencias navales, pero sí que contaban con hábiles marineros. También dominaban las técnicas de construcción de barcos y, aunque la mayoría de las embarcaciones eran barcos pequeños recubiertos de cuero para navegar en el interior y en la costa, se construyeron barcos más grandes para navegar en aguas profundas. Los carpinteros de ribera usaban tablas gruesas para los cascos; estas se unían entre sí para luego recubrir un esqueleto de madera, creando así una robusta embarcación que pudiese aguantar las condiciones del Atlántico. Julio César quedó sorprendido con la calidad de los barcos enemigos cuando su flota se encontró con los vénetos de los moderna Britania de la época. Los barcos de los vénetos tenían el fondo plano para poder navegar en aguas poco profundas, pero a la vez estaban construidos con roble pesado para soportar los mares más agitados. Esto los convertía en un fuerte enemigo para las galeras romanas y les permitía esquivar las embestidas. César decía que los barcos enemigos estaban construidos de "tablones de un pie romano de ancho, estaban sujetos con pinchos de hierro tan anchos como el pulgar de un hombre y las anclas usaban cadenas de hierro en vez de cables". Cuando los romanos se veían obligados a abordar se encontraban con temibles guerreros, acostumbrados a luchar cuerpo a cuerpo en mar abierto.
La común denominación de "íberos" englobaba a toda una serie de pueblos y tribus considerablemente belicosos, rasgo este que les permitió mantener su independencia, tanto de Roma como de Cartago, por muchos años. Muchos de los mercenarios empleados por ambas potencias fueron, de hecho, íberos, quienes destacaban por su gran destreza táctica, su valor e, indudablemente, por la manera en que utilizaban la temible falcata, la ibérica espada a la que los romanos llamaron machaera hispana y que solo en tiempos modernos ha adquirido la denominación por la que la conocemos actualmente. Esta terrible arma de un solo filo estaba a medio camino entre la espada y el hacha pero, a decir verdad, definirla como un arma de un solo filo puede llevar a equívocos: hay pruebas suficientes que indican que la punta de esta espada iba afilada por ambos lados. El peso de la hoja recaía sobre la parte más ancha de la punta, lo que resultaba en unos cortes increíblemente profundos. Una falcata, manejada por las manos adecuadas, podía desmembrar a un oponente con facilidad. A su temible reputación también contribuyeron herreros y forjadores ibéricos, pues la calidad del metal con que se confeccionaba era altísima.