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Para el romano, el pan era el alimento esencial de cada comida, con unas cincuenta variedades registradas por los escritores de la época. Para desayunar, generalmente se tomaba pan mojado en vino o aceite con queso, leche, huevos y aceitunas. La carne era escasa y los pobres, que apenas tenían acceso a ella, solían comer más pescado, legumbres, nabos, puerros y gachas.

Las clases más ricas podían disfrutar de una gran variedad de delicias culinarias. Especias traídas de lugares tan remotos como China podían encontrarse en la mesa de un romano y se usaban para aderezar los platos más exquisitos, como sesos de pavo, lirón relleno, lengua de flamenco o hígados de loro. La fruta y las ensaladas eran consumidas ampliamente.

La comida jugaba un papel esencial en la vida social de Roma, donde celebrar una fiesta con comida era la mejor manera de alardear ante tus conocidos. Esto no fue obstáculo para que se pusiera de moda el usar un preagustator o degustador de comida para que probara de antemano los platos de aquel anfitrión que no fuera de entera confianza, lo que no carecía de sensatez...