Descripción
Los cónsules romanos eran políticos de la República y generales a partes iguales. Cada año, el Senado elegía a dos cónsules, que tenían el poder de vetarse el uno al otro. Estas eran medidas ideadas para evitar la tiranía y el abuso de poder. Lideraban el Senado en lo referente a materias civiles y se alternaban cada mes. En lo que a asuntos militares se refería, su autoridad más allá de los muros de Roma era absoluta y cada uno de ellos lideraba un ejército. Cuando un ejército consular combinado entraba en combate, como sucedió en la batalla de Cannas contra Aníbal, en el 216 a. C., los cónsules —en este caso Lucio Paulo y Cayo Varrón— tenían que intercambiarse el mando cada día. Esto tuvo horribles consecuencias, pues el impetuoso Varrón lideró a gran parte de su numéricamente superior ejército a una muerte segura.
En el mundo romano, el poder absoluto conllevaba absoluta responsabilidad, por lo que el cónsul era enteramente culpable de la derrota. En estos casos, el castigo podía ser muy serio, como ocurrió durante la guerra numantina (154-152 a. C.), donde la aparente cobardía de Cayo Hostilio Mancino resultó en la captura de sus legiones. Aunque Tiberio Sempronio Graco, entonces un mero tribuno militar, consiguió negociar su liberación mediante un tratado, el Senado se negó a ratificarlo ¡y envió a Mancino de vuelta al enemigo! Incluso cuando tenía éxito, un cónsul era responsable de sus acciones en lo referente a las provincias, los aliados y los recursos a su disposición. Cuando Escipión regresó de las guerras púnicas, se reconoció su triunfo, se le alabó como imperator y se le concedió el título de "El Africano", aunque también fue acusado por el Senado, a instancias de Catón, de despilfarrar el dinero.
