Campo de entrenamiento

Además de enseñar tácticas de combate, los instructores del ejército romano se centraban en la forma física, la disciplina y la fortaleza de espíritu. Correr, nadar y hacer marchas forzadas ayudaban al soldado de a pie a adquirir una buena forma física y mental hasta que era capaz de viajar veinte millas romanas completamente cargado en menos de cinco horas. Al aprender a marchar también aprendían a mantener la formación aun bajo la presión del campo de batalla.

Según el historiador Vegecio, la marcha era la parte más importante de la instrucción de un legionario. Marchar a gran velocidad y de modo disciplinado mientras se mantenía la formación permitía al ejército recorrer enormes distancias e inculcaba, a la vez, valores como el trabajo en equipo o el aguante. Todo ello, sin embargo, exigía práctica, práctica y más práctica, siempre ante la atenta mirada de los centuriones.