La retórica constituyó la base del discurso político en la antigüedad, especialmente en la antigua Roma y en Grecia. Saber hablar de cuestiones, aun careciendo de experiencia en ellas, era una habilidad que gozaba de gran aceptación en unas sociedades en las que se valoraba positivamente la participación en la política. Los sofistas consideraban la retórica como un valor esencial no no solo en el campo de la política, aunque, en realidad, nunca dejó de estar intrínsecamente ligado a susodicho campo. Platón se oponía a esa idea de hablar con seguridad sobre temas sobre los que no necesariamente se tenían conocimientos. Para él era algo hipócrita y fraudulento, una lisonja carente de contenido. Aristóteles intentó rescatar a la retórica dotándola de categorías y ampliando su utilidad para convertirla en un verdadero método de persuasión no ligado solamente a la política. Desde la antigüedad hasta nuestros días, la retórica ha ido cambiando al ritmo de los avances filosófico-lógicos y la ciencia legal, campos en los que ahora se hace un uso más vehemente de la misma en pro de la resolución de problemas.
