Los barcos empleados en las embestidas en las antiguas batallas navales estaban específicamente diseñados y construidos para ese fin. Saber ejecutar una embestida era una técnica que requería del comandante precisión y coordinación, así como velocidad, eficacia y que la tripulación sincronizara sus acciones. También era importante utilizar una tripulación lo más reducida posible para que el barco conservara la maniobrabilidad y pudiera viajar a la velocidad exacta, ni más rápido ni más lento. Si no iba lo suficientemente rápido, el enemigo podría apartarse, y demasiada velocidad podía hacer que, tras la embestida, el barco atacante se quedase atrancado en el casco enemigo. Si no tenía éxito en el primer intento y era necesario volver a intentarlo, la tripulación del barco atacante tenía que retroceder de manera desesperada; si no podían separar al barco de su objetivo podía ser susceptible a un contraataque.
