A la par que florecía el comercio entre diferentes culturas, fue aumentando la intervención de los gobiernos en el sector, contrarrestando así la excesiva autonomía de la que habían gozado los mercaderes hasta ese momento. Al imponer gravámenes a los artículos comerciales, los gobiernos ejercían cierto control sobre los beneficios obtenidos y mantenían a los poderosos mercaderes y a los mercados a raya. Tales medidas evitaron que los recursos, ya fueran materias primas u objetos de lujo, sufrieran abusivas subidas de precio al ir abriéndose paso en la creciente red de rutas comerciales.
