El comercio, y en particular las transacciones con socios comerciales a grandes distancias, era económicamente muy beneficioso. De hecho, las ciudades se establecían allá donde abundaban las rutas comerciales. Tan importantes eran los mercados y las rutas usadas por los mercaderes o sus caravanas que los gobiernos solían tomarse muy en serio la tarea de controlarlos. Al dictaminar rutas comerciales preferentes, estos eran capaces de ejercer cierta influencia sobre los beneficiarios de la prosperidad económica del comercio. De este modo, los gobiernos decidían quién se hacía rico y a quién condenaban a la miseria.
