Aunque no siempre fue el caso, los territorios orientales eran más o menos tolerantes hacia la diversidad, pues eran el punto de encuentro para muchas creencias, cultos y filosofías. Como una buena parte de la élite gobernante era de origen griego, la mezcla de costumbres helénicas y locales era cosa común, en lo que a la práctica religiosa se refiere. Los gobernantes, más que imponer su punto de vista, normalmente permitían que pueblo e inmigrantes celebraran sus propios rituales religiosos. Otros imperios, en cambio, como el parto, eran de por sí un conjunto de diferentes reinos, cada uno de ellos con sus propias creencias, que podían ir desde el zoroastrismo hasta el culto imperial. Siempre y cuando una religión no fuera causa de deslealtad, o sus creyentes siguieran pagando sus impuestos, era posible la convivencia de diferentes creencias.
