Las murallas de una ciudad eran mucho más que meros límites para delimitar un asentamiento: protegían a quienes habitaban tras ellos de potenciales agresores. Las primeras murallas defensivas conocidas se alzaron en Mesopotamia, alrededor del año 3000 a. C., cuando los conflictos entre ciudades hicieron patente la necesidad de protección. Las murallas eran vistas como icónicas estructuras, directamente relacionadas con el poder de la deidad de esa ciudad. Con frecuencia eran enormes y complejas estructuras. Por ejemplo, las murallas de Babilonia hasta estaban equipadas de un corredor en forma de cámara, dividido por cien puertas de bronce, que recorría toda la longitud de las murallas y era lo suficientemente ancho como para permitir el paso de un carro de cuatro caballos.
