Descripción
Como muchos guerreros, los miembros de las tribus íberas eran increíblemente testarudos cuando se trataba de defender a sus dioses, sus casas o su honor. Aun viéndose rodeados y sin esperanza, jamás se permitían pensar en rendirse. De hecho, su reputación guerrera no se debía a que supieran aceptar la derrota, sino a que preferían matarse antes que rendirse, privando así al enemigo de la gloria de haberlos matado. Algunos de los guerreros iban a la batalla con una dosis de veneno rápido, extraído de una variedad vegetal de la familia ranunculus; así que, cuando Estrabón, el historiador griego, describió la planta de la que se extraía el veneno como una hierba inocua y similar al perejil se estaba equivocando de cabo a rabo. Como todo veneno, era doloroso y hacía que las facciones de quien lo había ingerido se contrajeran hasta formar una terrorífica y sardónica sonrisa justo cuando le llegaba la muerte. Esta mórbida expresión de burla solía aterrar al enemigo y los romanos, convencidos de que los sonrientes cadáveres se mofaban de ellos desde el más allá, no fueron una excepción.