Descripción
Los gobernantes más sabios de la historia han tratado de aplacar al pueblo llano cuando se producía descontento, pero los líderes más exitosos podían volverlos contra sus oponentes. Los plebeyos siempre tuvieron el poder para encumbrar o derrocar a un líder. Julio César era especialmente hábil para la manipulación de la plebe y su influencia siguió incluso después de su muerte. En su funeral, la muchedumbre estaba tan apesadumbrada que lanzaban sus posesiones a su pira funeraria. El fuego se descontroló y causó daños considerables en el foro. Pronto la tristeza se convertiría en furia y se volvieron contra las casas de Bruto y Casio, dos de los asesinos del César. Para entonces ya habían abandonado la ciudad, así que la plebe se tuvo que conformar con vandalizar sus casas en vez de lincharlos.
