Gracias al arado se redujeron las horas que los agricultores antiguos tenían que dedicar al duro trabajo de remover la tierra, depositar semillas en sus surcos y volver a cubrirlas en una sola pasada. Se dice que el dios Enlil ofreció la inspiración para esta mesopotámica invención dibujando su diseño en las estrellas. El arado no solo permitía ahorrar tiempo y recursos, sino que hizo de la buena labranza una destreza por derecho propio, lo que facilitó el aumento de la agricultura especializada. Las regiones empezaron a organizar a sus trabajadores cualificados y sus recursos naturales para concentrarse en una sola cosecha.
